jueves, 20 de enero de 2011

Funesto epitafio de la soberanía

¿Soberanía?, me descojono, como podemos seguir hablando de soberanía en las circunstancias en la que estamos.
¿Qué pasa?, ¿que aquí nadie ve los telediarios?, ¿nadie abre un maldito periódico? (no digamos ya coger un libro)

Soberanía es una palabra carente de todo contenido real, una luz que apreciamos en el ambiente pero de la que no podemos averiguar su procedencia.
Soberanía solo es lo que estudiantes de políticas se empollan para un examen sobre Rousseau o Montesquieu. Soberanía no es nada.

Y ahora os preguntareis, ¿Cómo es que no tenemos soberanía?, muy sencillo, hace ya tiempo que la vendimos. Si, dentro de este mundo en el que todo parece ser susceptible de venta (educación, sanidad, cultura, etc), a nosotros nos dio por vender nuestra soberanía. No digo ya nuestra soberanía como individuos (la cual se encuentra en manos de empresas, gobiernos, e intereses en general), sino también la tan valorada por algunos, soberanía del estado. Y los más gracioso de todo es que la vendimos sin ni siquiera darnos cuenta.

Un buen día una serie de instituciones nos ofrecieron la luna en forma de un mayor desarrollo para el país, y de repente nos vimos avanzando como borreguitos hacia el resplandeciente brillo que esta emitía, encontrándonos ahora con que vivimos sumidos en la más absoluta dependencia de las decisiones que tomen.

Para los que hayan aguantado leyendo hasta aquí y piensen que todo esto es solo un “paja mental” de otro” rojo tocapelotas” de los tantos que hay, les insto a que echen una miradita de reojo a la realidad que nos rodea


Sin nuestro (sin duda alguna) excelentísimo presidente y la cuadrilla de esbirros que le acompaña decidieran tomar alguna medida que afecte a los intereses de nuestro país, de repente aparecerían una serie de personajillos que les dirían: tsss, que la Unión Europea no deja hacer esto, tsss, que el FMI no permite hacer lo otro, tsss, que esto no está permitido por los mercados (que jamás podre saber qué coño son de verdad), y así un largo etcétera.

Y ya rizando el rizo, no solo no nos permiten hacer una serie de cosas (que se presuponen nuestras), sino que nos obligan a hacer lo que ellos consideran mejor para nosotros. Es alucinante.

Y ahora que me venga alguno de estos ególatras eruditos sobreculturizados y se ponga a hablarme de soberanía, que bien sabe dónde voy a mandarle.

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